Una graduación, para muchos, es, simplemente, un acto. Para mí, siempre así fue, cuando propio era el reflejo en el espejo.
Pero ahora que estoy en la vitrina, mirando fijamente al maniquí, observo con precisión el traje que magistralmente modela.
Ahora, simplemente y perfectamente, ahora. Un simple acto se convierte en un umbral. Marcando el camino del sentimiento a la emoción.
Desatando miles de espinas, millones de cicatrices e infinitos suspiros. Que, por 18 años, se fueron tejiendo lentamente. Hasta llegar a estremecer el corazón, un día como hoy.